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Ayer la diferencia entre el dólar oficial y el financiero volvió a superar el 90% y el “contado con liquidación” tocó por primera vez los $400. Para el Gobierno es clave que no se dispare para evitar un salto inflacionario todavía mayor.

Luego del dato de inflación de 6,6% en febrero, más alto que lo proyectado por los analistas, era lógico y hasta esperable que aumentara la presión sobre los distintos tipos de cambio. Como consecuencia, la brecha cambiaria entre el “contado con liquidación”, que tocó por primera superó los $400, y el dólar oficial volvió a superar el 90%.

La suba de tasas de 3 puntos que ayer anunció el Central procura sobre todo contener el aumento de la brecha o, en otras palabras, incentivar la demanda de pesos para reducir la presión sobre los distintos dólares financieros.

El piso de rendimiento del plazo fijo pasó de 75% a 78% anual, pero la tasa efectiva pasó al 114% anual (reinvirtiendo durante un año los intereses). El objetivo es que esta tasa le gane a la evolución del dólar a lo largo del año, tal como sucedió en 2022.

Un incremento de la brecha cambiaria más allá del 100% genera todo tipo de impactos negativos en el funcionamiento de la economía. Pero uno de los más fuertes es que crece la expectativa de devaluación del tipo de cambio oficial, ya que queda al descubierto que se encuentra cada vez más atrasado en relación a los distintos dólares financieros.

El temor a una devaluación brusca también crece por la venta continua de dólares en el Banco Central, que ayer se desprendió de las USD 100 millones y ya acumula un negativo de USD 700 millones en lo que va de marzo.

Esto refleja que se vuelve cada vez menos sostenible mantener un tipo de cambio tan atrasado, aunque la intención del Gobierno es seguir tirando de la cuerda hasta las elecciones. En todo caso, que el “sinceramiento” cambiario lo haga la próxima administración.

El aumento de tasas va en la línea con la necesidad de evitar que la brecha aumente más allá del 100%, algo que ocurrió por ejemplo en octubre de 2020. En aquel momento, el entonces ministro de Economía, Martín Guzmán, tuvo que poner en marcha un plan de fuerte contención del gasto y conseguir reducirla casi desde 120% a la mitad en pocos meses.

Algo parecido sucedió en julio de 2022. Sergio Massa asumió en Economía en medio de una fuerte presión cambiaria y también se mostró más cuidadoso del gasto y logró bajar el déficit primario. Como consecuencia de eso fue posible sobrecumplir la meta de rojo fiscal pactada con el Fondo para el 2022.